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firmando su consentimiento escrito, entre el 7 de junio y el 3 de noviembre de 1643, las diez de frai– les de diversas órdenes, entre ellas la de los ca– puchinos del convento de San Antonio, fuera de la ciudad, y asimismo las siete de monjas. Formó una comisión de cuatro caballeros de no– ta y ganó para la causa a dos procuradores de cor– tes. Todo marchaba felizmente, cuando sobrevinie– ron varios imprevistos: una larga enfermedad del mismo fundador, el fallecimiento del obispo don Mendo de Benavides y la negativa cerrada de la Cá– mara de Castilla a dar la autorización. Al inquisidor no le faltaban valedores en la cor– te. Apenas resta:blecido, dirigió a Felipe IV un me– morial en que supo mover una de las fibras más sensibles del soberano: el honor del Sacramento, y ello en un momento muy oportuno. Entre los he– chos que precedieron el levantamiento de Cataluña se menciona el incendio de la vHla de Riudarenes el 3 de mayo de 1640, un mes antes del Corpus de sangre de Barcelona. Lo había ordenado Leonardo Moles, jefe del tercio de Nápoles, como represalia, sin perdonar la iglesia. Cuando ésta ardía por todas partes, dos capuchinos, que estaban de paso, se lanzaron valerosamente por entre las llamas a po– ner en salvo las especies consagradas, logrando ex– traer el copón rusiente con las hostias ya carboni– zadas. El escándalo fue enorme dentro y fuera de Cataluña. El vicario general de .Gerona lanzó la excomunión contra los sacrílegos incendiarios. Hu– bo actos de desagravio en todas partes 6 • Desde que don Alejo comenzó a planear con sor María Angela la nueva fundación, tenía en su mente darle un sentido de reparación permanente a Cristo 6 BASILI DE RUBÍ, Un segle, 529s. 156

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