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blicas, que expresaba esos sentimientos•; la recita· ba cada día (fº 147r). El encuentro estaba anunciado para el 7 de óc· tubre o la noche siguiente. Otro momento amargo, por no poder compaginar el amor paternal de Dios con el hecho de las tragedias humanas: «Se nos mandó tuviésemos patente a su Majestad sacramentado para el feliz suceso de la pelea. Estando rogando por tan gran nece– sidad, hallé tan cerrada la entrada para con su Ma_iestad divina, que parecía me echaba de sí. Halléme desconsoladísima, inhábil para pedir misericordia ni favor. Yo no sé si fue tentación, porque así como quería instar de nuevo mis peticiones, se me doblaba la apretura y aflic– ción interior. Estando así, me di.io su eterna bondad: -Asienta tu espíritu con resignación y con– formidad en mis determinaciones eternas y jui– cios ocultos míos. Procuré sosegar la parte inferior de mi al– ma, que la superior de ella ya lo estaba. Pero, por más que hice, no había remedio sosegar ni cortar los discursos de nuestras desdichas .. .» Al atardecer la invitaron las hermanas a salir para ver el cielo cubierto de « bandas coloradas azu– les y pajizas»; vio en ello una señal de lo que estaba ocurriendo en el campo de batalla: una nueva de· rrota del ejército real, como lo confirmaron al día siguiente las primeras noticias. Pero no tardó el Señor en devolverle la paz del espíritu como otras veces (fº 147v). Entre líneas, podemos leer la violencia interior que, tal vez, experimentaba al no poder identificar su intención, en esos momentos de plegaria por la paz, con la de sus hermanas, que no sentían el pro· ble:na en clave catalana como ella; le resultaba duro 147

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