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que entrase en mi corazón, y así quedaron todas encerradas en él» (f 0 66r). El 3 de octubre de 1642, por ser viernes, tuvo ca· pítulo con la comunidad, como preparación para la fiesta de san Francisco. Hízoles una plática sobre la fidelidad a la vida abrazada; fue enardeciéndose más y más, llegando a decirles: -Es la fuerza del amor con que las amo la que me obliga a hablarles así. No lo duden: daría mi vida, si necesario fuera, por cada una de mis hijas las religiosas, más aún, para su mayor santidad, ¡la diera públicamente en el suplicio más afrentoso del mundo! Fue tal el ardor con que lo dijo, que le vino uno de sus frecuentes ataques cardíacos con fuerte ca· !entura (fº 145v). Su mirada de fe la llevaba a captar el mensaje que le venía de cada hermana. En sus páginas nos ha dejado trazos deliciosos, muy franciscanos, de esa postura atenta al reclamo divino. 114 Le sucedió el 23 de mayo de 1642: «Estando con una religiosa, que cogía flo– res para la iglesia, ayudándola en lo que podía, fuele forzoso levantarse algo de tierra para llegar a coger las más altas, y así vino a tener todo el pecho metido entre hojas y flores. Tenía el rostro levantado hacia el cielo y, como la dicha religiosa lo tiene de suyo triste y flaco, aun siendo esta ocupación alegre y apacible, estaba su rostro tan circunspecto y triste como si alcanzara algún Cristo crucificado. Estábamela yo mirando con atención y de– voción, y me parecía muy linda, rodeada con tanta flor y ho.ias verdes. Estando de este mo– do, y ya interiorada dentro de mí misma , tuve una inteligencia y en ella una habla de su Ma– jestad:

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