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de los predestinados la sumía en terrible ansiedad: ¡ella, que se veía tan envuelta en el amor de ese D:.os, Padre y Esposo cariñoso! Por lo mismo, se recobraba plenamente cuando el Señor le hacía comprender, por cierta seguridad infusa, que esta– ba totalmente perdonada (fº Slr). Uno de los actos de abandono en Dios, que ha– llamos en la Re1;la del Amor divino de 1626, es el no preocuparse de «si es predestinada o réproba». Pero, aun así, los temores volvían. Cuando todo era zozobra y tinieblas, de improviso la visitaba la luz divina y volvía la calma a su espíritu. Escribe en sus apuntes de 1635: «En una ocasión me encerró nuestro Señor en mis padeceres interiores, llenándome de te– mores indecibles. Fuime a comunicar mi tra– bajo a mi padre espiritual, el cual, permitién– dolo nuestro Señor, en lugar de alentarme, me dobló mi ahogo. Salí del confesonario afligidí– sima, llena de lágrimas, y me fui a retirarme con mi divino Señor, delante del cual daba mil revistas a mi interior, para ver en qué le había ofendido o menos servido. Estando en esto, fue su Majestad servido de entrarse por mi alma, comunicándola un particularísimo consuelo. Y me hizo un especial favor, representándome mi misma conciencia, y ésta limpia y pura, corno si no hubiera cometido en jamás pecado. Borró– los este divino Señor por su misericordia infi– nita, que bien sé yo le tengo muy ofendido» (f 0 61r). La opres10n angustiosa volvía especialmente cuando pesaba sobre ella alguna seria responsabi– lidad externa y tenía que habérselas con criterios y posturas que ella no podía aceptar. Se acumulaban en su conciencia dudas, escrúpulos, temores, «aho– gos». Un día en que cayó, a los pies del Señor, llena de amargura, al cabo de varios meses de torturas 107
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