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9. RASGOS HUMANOS DE SOR MAR1A ANGELA Los capítulos que preceden nos han puesto ante una personalidad espiritual definida y original; pe– ro, también, ante una mujer excepcionalmente do– tada, reconocida como tal por las hermanas de la pro?ia comunidad, por los confesores y por las autoridades eclesiásticas. Hemos de ver aún el in· flu.i o que ejerció fuera del monasterio. ¿Cómo se ve a sí misma sor María Angela como mu_'er? Espigando en sus escritos no resulta difícil reunir todos los trazos de su verdadero retrato mo– ral, y aun físico. No es la estatura lo que cuenta Por las déclaraciones en el proceso, sabemos que era «pequeña de estatura», y así se pudo compro– bar al •hacerse el último reconocimiento del cuerpo en 1955. Lejos de sentirse acomplejada, miraba esa cir– cunstancia como una fortuna. En 1658 le consul– taron las responsables de la nueva fundación de Ca– latayud sobre la oportunidad de recibir a una jo– vencita de corta estatura, y les respondió donosa- 99
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