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Y así, a ti van todos mis suspiros, ansias, congojas y lágrimas, penas y aflicciones. ¡Recíbeme, oh Corazón admirable y del to– do mío, de mí sumamente codiciado y deseado! Tú eres el que echas centellas de fuego en mi helado corazón, eres mi escuela y cátedra, don– de leo ciencia y finezas de tu inmensa caridad... ¡Oh cátedra sacrosanta de teología mística y divinal ... » (f 0 280rv). Cuando aún estaba reciente la herida interna de amor, un día en que se hallaba profundamente atri· bulada, se le representó el Señor con el costado abierto, invitándola a descansar en la llaga de su divino Corazón. «En el cielo ni en la tierra -escri· be- no me parecía pudiera haber dicha mayor y de mayor suavidad, ni que más fuerza tuviera para hacer olvidar penas y trabajos» (fº lOr). El 25 de julio de 1642, fiesta de Santiago, des· pués de comulgar, hizo su acto de unión al «espí– ritu de Cristo», según su costumbre, diciendo: -En unión, Padre celestial, de lo que más gusto os dio en la sacrosanta Humanidad de vuestro Hijo. Al instante se le representó el costado de Jesús abierto y, en medio de la llaga, la palabra AMOR en letras de oro. Fue cosa de un momento. Y se le dio a entender que, «lo que más gusto le dio al eterno Padre, en su Hijo, fue el amor» (fº 131v). 98

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