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Ehrtelífluo Corazón de Jesús El corazón dé 'María Angela, herido de amor, te– nía un ce.Ptro y una meta: el amantísimo Corazón de Cristo el Esposo de sangre. Y esto, medio. siglo an· tes dé las conocidas apariciones a santa Margarita María de Alacoque. Muy probablemente fue santa Gertrudis, con sus elevaciones místicas, la maestra que le ayudó a desarrollar esta forma de piedad. «Es mi blanco -escribe-; lo amo apasionadamen· te.» (fº 90v). Cuando se dirige al «divino-humano Corazón», es inagotable en sus expresiones de amor: Eres mi incomparable tesoro, toda mi ri– queza; todo misericordia y clemencia. A ti me acojo, oh melífluo Corazón, para socorro de mis necesidades, pues sólo tú eres mi esperanza cierta de todo lo que espero, eres claridad y sosiego de mis dudas, aliento de mis ahogos; centro íntimo de mi alma, propiciato– rio de oró de mi espíritu, puerto segurísimo de mi naufragio: ¡mi tierno y fino Amante! Sobre todos los sacrosantos miembros de mi Señor Jesucristo, eres, oh mi dulce y melí– fluo Corazón, mi suave descanso. Cuando más afligida estoy, en ti hallo sumo alivio y confor- . tación. En ti se aviva la verdaderísima fe, se dilata mi esperanza y enciende 1a caridad. ¡Qué júbilos, qué emociones interiores, qué toques delicados, qué impulsos, qué robos, qué atracciones, qué ejecuciones, qué ansias de amar y padecer, que no lo halle todo en ti, sacratísimo Corazón! pués de haber sido dadas por auténticas sus llagas nada menos que por fray Luis de Granada, véase M. MENÉNDEZ Y PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles, IV, Santan– der 1947, 226-229. El hecho seguiría sonando en todos los conventos femeninos durante muchos decenios para es– carmiento de monjas «alumbradas» o visionarias. 97
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