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la voluntad es la favorecida y dichosa, y tal vez lo es tanto que se hace Dios uno con ella ... para amar· se a sí mismo como a Dios». El alma queda en un «cerradísimo silencio». Y termina: «Estas delica· dezas de Dios antes las poseo que conozco, ni las sé nombrar» (fº 221v·222r). Así pues, también el mejor de sus confesores hu· bo de contentarse con el testimonio sincero y leal que ella ponía por escrito. Por mi parte, yo también he preferido respetarlo tal como lo ha dejado, re· nunciando a describir la sucesión de sus grados de oración adquirida o infusa, de las purificaciones del sentido y del espíritu, de las gracias de unión. Dios, en su comunicación vital a cada alma, no se atiene a esquemas establecidos. Por cuanto María Angela escribe, parece cierto que la herida del corazón fue puramente interior, sin lesión cruenta, si bien con dolor intenso muy localizado. Debió de haber un momento en que, en su deseo de aseme.iarse al Esposo crucificado aun corporalmente, afloró la posibilidad de verse, como el Padre san Francisco, adornada de las cinco lla· gas. Pero ella misma refiere cómo quedó curada de semejante pretensión. Un día de 1634 estaba lavan· do la ropa con los brazos remangados, con las de· más hermanas. De pronto le vino a la memoria la penitencia impuesta por el tribunal de la Inquisi· ción a la monja de Lisboa, sor María de la Visita· ción, cuando se descubrió que sus Hagas de pies y manos eran fingidas: fue penitenciada a ir por el convento mostrando sus brazos y pies desnudos. A este recuerdo, o mejor, aviso divino, María Angela quedó humillada y definitivamente escarmentada. 3 ' Escritos, fº 57r. Sobre la famosa monja de Lisboa, sor María de la Visitación (no de «la Asunción» como dice María Angela), condenada por la Inquisición en 1588, des- 96

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