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nuestra capuchina, sin olvidar que la importancia primaria corresponde siempre a su pasión por la Biblia y por los santos Padres. Obedece, sí, cuando los confesores le hacen leer autores místicos, pero su manera de dar cuenta luego de la lectura hecha deja ver que no se encuentra a sí misma en ningún esquema ajeno de las vías del espíritu. Ese que ella denomina «mi camino interior», el suyo, es dife– rente. Emplea un lenguaje ya acuñado al cabo de un siglo de literatura espiritual en España, pero no acusa dependencia alguna. Y, con frecuencia, sabe forzar el léxico castellano-catalán para crear auto– logismos de buena ley, cada vez que no halla una expresión apropiada. Se comprende que los confesores trataran de en– ca~illar el caso de María Angela con arreglo a cier– tas constantes del proceso místico. En 1627, por obedecer, quiso ella descubrir en su experiencia de Dios no sé qué «grados de oración»; pero le resul– tal:a extraño todo eso (fº 32v). En 1642 mosén Alejo intentó, a lo que parece, encuadrar la experiencia de su dirigida en los mol– des conocidos. Dio a leer sus cuentas de conciencia a teólogos y directores espirituales de reconocida autoridad, durante su permanencia en Madrid. A es– te fin le propuso todo un cuestionario, mandándole que ella misma, leyendo algunos autores o mediante un autoanálisis detenido, determinara con claridad lo que experimentaba, y en concreto si. su contem– plación era «efecto del propio discurso, viveza de la imaginación o acto reflejo». María Angela, ante esta nomenclatura de escuela, responde: «Ignoro dichos modos en mis cosas.» Ella sólo sabe que es Dios quien toma la iniciativa, la atrae y obra en lo íntimo del alma, con una grande variedad de opera– ciones. Y, cuando Dios deja sentir la fuerza de su amor, nada tienen que hacer las potencias: «sólo 95
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