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Actúan como el fariseo que hace oración en el templo, y como el hijo mayor del pródigo. No son como los demás, no aceptan al hermano pobre y malherido. También están pecando contra la fra– ternidad, y por consiguiente contra la paternidad de Dios. De lo que quizás no se dan cuenta, es de que actúan como los ladrones, en cuanto que pro– longan su signo de muerte. Los salteadores inicia– ron la muerte del caminante; el sacerdote y el levi– ta, al no querer poner remedio, dejan que la acción de muerte continúe su efectividad. Esta es la gran mentira de la religión que pretendiendo dar culto a Dios en el templo, dejan que el hombre se muera. Jeremías había dicho que el templo lo habíamos convertido en una cueva de ladrones (Jer. 7, 11). El último en hacer acto de presencia es el sama– ritano1 un hombre rechazado por la sociedad judía. Pero hace un acto creador, dador de vida. No im– porta que no vaya al templo de Jerusalén. Ha coin– cidido con Dios en la obra creadora, logrando que el hombre sea hombre, que el pobre y herido tenga vida. La pregunta de Jesús al concluir su parábola de– muestra la importancia para el Reino, de la solida– ridad y de la cercanía: "¿Quién fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?. El Que -70-

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