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no para decirles que pueden seguir ganando plata a costa de los pobres, sino para anunciarles el evan– gelio en toda su exigencia radical de compartir. ¿Qué ocurre en esos casos?.. O que el rico re– siste a la gracia, prefiere el dinero al amor de Dios, y entonces no quiere saber nada de Jesús, renuncia a volverlo a invitar, persigue a Jesús, lo condena a muerte... Eso es lo que hicieron la mayoría de los potentados con Jesucristo. O también puede ocurrir que el rico se convier– ta y entre en la dinámica de compartir con los po– bres. Como hizo Zaqueo: "Daré la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo" (Le. 19, 8). Lo lamentable es que cuando nosotros busca– mos la compañía del rico no es precisamente para anunciarles el Evangelio, como lo hizo Jesús, sino con un sentido subliminar de complicidad, de legiti– mar el enriquecimiento, de utilizar la religión co– mo tranquilizante y dejar que las cosas permanez– can igual. No hay oferta de conversión, no hay es– peranza de un mundo fraterno, no hay nueva crea– ción. La opción no ex.elusiva por los pobres de que habla Puebla, es así como hay que entenderla. E– xiste la posibilidad y el deber de anunciar a los ri– cos el Evangelio pero denunciando que las rique- -58-

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