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Conocer a Dios es practicar la justicia. Los Pro– fetas lo repitieron hasta la saciedad: "Juzgó la cau– sa del humillado y del pobre, e iba bien. ¿No es es– to conocerme?" (Jer. 22, 16). El secreto de la santidad no es el cerebro, sino el corazón, la solidaridad con los que sufren. "Les daré corazón para conocerme" (Jer. 24, 7). La san– tidad no es encumbramiento, sino compasión, mi– sericordia. - 44 -

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