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NO CONFIES EN PRINCIPES La historia no se detuvo con la salida de Egip– to. Mientras Moisés dialogaba con Yahveh, la gen– te quiso hacerse una imagen de Dios. Se fabrica– ron un Becerro: "Este es tu Dios, Israel" (Ex. 32, 4). Y cuando llegaron a la tierra prometida, quisie– ron ser como los otros pueblos. Instauraron la mo– narquía. Hay cierto recelo porque en algún modo los reyes pueden opacar al único .Señor. "No te han rechazado a tí, me han rechazado a mí" dice Yahveh al profeta Samuel. Y el profeta les advier– te: "Verán ustedes cómo los reyes comenzarán a ponerles impuestos y a hacerles la vida imposi– ble" (cfr. 1 8am. 8, 7-18). No tenemos por qué ser reaccionarios. La mo– narquía fue una necesidad histórica, el pueblo ne– cesitaba organización y vida, pero la ambigüedad es inherente a cualquier situación política. Leo, no hay que confiar en los príncipes, ni en estruc– turas humanas. Nuestra confianza últimamente sólo puede descansar en Dios. Alguna vez te hice -33-

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