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Llegamos a un aserto importantísimo: que el acceso a Dios no está en manos del hombre, sino que es Dios el que tiene que acercarse. Tagore lo dijo hermosamente: "No soy yo quien escoge lo mejor; lo mejor me escoge a mí" (Pájaros perdi– dos). Lo nuestro es fiarnos, creer en Dios, es la vía no de la evidencia, sino de la fe. ¡Qué lección le da Jesús a Tomás! "Dichosos los que sin ver, cre– en" (Jn. 20, 29). La audición de la palabra precede a la luz. Re– cuerdo que una vez te lo hice subrayar en la Biblia. Leímos: "Dijo Dios: Haya luz. Y hubo luz''. ¿Lo adviertes?. Primero es el decir, la palabra, des– pués es la realidad de la luz. Antes era la oscuri– dad, no se veía nada, pero en medio de esas tinie– blas resonó la palabra de Dios. Así es nuestra pere– grinación en la fe: sin ver, sin comprender, pero fiándonos de la palabra de Dios. Como María de Nazaret, que no comprendía muchas cosas pero las meditaba y aceptaba con fe: "Hágase en mí según tu palabra" (Le. 1, 38). Añado algunas observaciones. En primer lu– gar la Palabra de Dios no es de este mundo. Porque es cuestionadora de lo mundano, interpela nuestra sociedad carente de hermandad. De ahí la impor– tancia del clamor de los pobres. Podemos escu- - 28 -
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