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EL QUE HABLA Si Dios no es visible en sí mismo y conserva su carácter misterioso y desconcertante, no por eso deja de hablar. Esta es una distinción esen– cial que tiene con los ídolos. Los ídolos son mu– dos, no molestan. Pero Dios "se hizo Palabra" (Jn. 1,1). Esto hay que meditarlo en profundidad. El que mira, se constituye a sí mismo en cen– tro, y a los demás los reduce a espectáculo, a cosas. En cambio, el que oye da toda la importancia y relieve al que le habla. El centro es el que habla; el que escucha queda en algún modo subordinado al que habla. El hecho de que Dios sea Palabra, le da la ini– ciativa a El. Dios es lo prim•ero. A nosotros nos corresponde lo segundo, que es escuchar, y sobre todo, obedecer. Aquí se establece el verdadero estatuto de nuestras relaciones con Dios. "Habla, Señor, que tu siervo escucha". Las relaciones con el ídolo son inversas: el que habla es el hombre, mientras que el ídolo permanece mudo. -27 -
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