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envenenado. Dicen que todos tenemos que ser iguales. Eso es imposible, salta a la vista. Que vayan a misa y tengan confianza en Dios, que El se lo pagará en la otra vida". La realidad, cruda y llanamente, es que aún cuando invocamos a un mismo Dios, son muchos dioses, y diferentes, a quienes nos dirigimos. En un intento de claridad, yo reduciría todos los dio– ses a dos: a) El Dios de los satisfechos, de los que es– tán arriQª. Es un Dios anciano, con barbas venera– bles, al que hay que tener muy abrigado en las igle– sias. Es el bonachón que hace la vista gorda ante las injusticias, que permite los "negocios" en los que se ganan millones empobreciendo a las mayo– rías, con tal que se ayude de vez en cuando a las obras de este Dios. Es un dios cómplice, ciego y mudo. Un dios ritual, que se ha reservado el cam– po de lo sagrado y ha entregado a los hombres el sector de lo profano para que venza el más fuerte, o el más astuto, o el que tenga mayores influencias. b) ,fil Dios de los aplastados, de los que están abaÍQ.. Es un Dios juvenil, en plenitud de vida, que tiene buena vista y ~o necesita lentes correctivos; que mantiene oídos finos para oír el clamor de los que gritan y que se conmueve por esa-situación. Es misericordioso, y a la vez tremendamente exigente: no se deja comprar. Defiende su libertad para que -16-

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