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tos a millón. Todos seríamos malandros. Pero inmediatamente surgiría la diferencia entre vícti– mas y victimarios. Mientras .a uno le vaya bien, se frotará las manos de gusto. Pero cuando le alcance la puñalada, ya no será lo mismo. ¿No te parece obvio que la víctima pida justi– cia, y que el victimario no tenga ningún interés en que se aclaren las cosas?. Todo varía según el papel que uno desempeña en la sociedad. Si eres víctima, Dios se convierte en tu esperanza. Pero si tú ·eres el que explotas a los demás, preferirás que te dejen continuar tus andanzas. Proclamarás que no existe Dios, o tal vez le dirás a Dios que no se meta en tus asuntos. Exigirás un Dios ciego, mudo, manipula– ble. ¿Me equivoco?. Y como en nuestra sociedad impregnada de civilización cristiana, está muy mal visto eso de ser ateo, entonces la única solución que resta es la de una religión cómoda en torno a un Dios hecho a nuestro antojo. - Algunas veces te hice una descripción humorís– tica de ese Dios fabricado por los que dominan la situación crematística y tienen mucho billete: Es un Dios "ahumo", en su silla de ruedas, que tiene presbicia, y que chochea porque ha perdido la me– moria y ya no conoce a nadie. Nosotros l~s a..,risitar...e.Lfi.n de semana y le llevamos un regalito, -13-

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