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figura distorsionada, y por consiguiente falsa. Ese Dios ya no era el Dios verdadero. Así que los jóvenes optábamos o por rechazar ese Dios y que nos declararan ateos y herejes, o que lo aceptáramos con el costo de perder la paz y la serenidad. ¡Angustioso dilema'. Yo me lancé por libre a leer el Evangelio. Y a tomar nota de todos los pasajes en los que Dios, los ángeles o Jesucristo dicen que no hay que tener miedo. "No teman"; "paz a ustedes"; "¿por qué temen, hombres de poca fe?" Y º~os poco a poco fue perdiendo esa máscara de tirano y se me fue mostrando como un Padre infinitamente misericordioso, que porque me ama, me exige y me compromete, Las exigencias eran fruto de su amor. No había lugar para el miedo. Me sentí liberado ante un Dios liberador, un Dios que ama la vida, que tiene corazón, que se preo– cupa por la comida de los hambrientos, y que pro– mete a los pobres el Reino de Dios. Esta revelación de Dios no me llevó al liberti– naje, como muchos se temían. Hoy soy sacerdote capuchino. Claro que no me fío de mí mismo, y tú me vas a ayudar con· tus oraciones a ser fiel al amor de Dios hasta la muerte. Pues bien, no me gustaría que ni tú ni nadie adorase a un Dios tirano. Siento la necesidad de -10-

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