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A este propósito escribe: «La suficiencia de la razón radica en el Ser: quod in se continet ratione alterius, como dice Leibniz. Todo es Ser: el Ser es la razón de todo ser. Por lo mismo, es la razón de fondo de todas las formas de devenir, correspondientes a las formas de ser. Pero el principlio sólo puede ser suficiente si no se ausenta de aquello que carece de suficiencia propia. Por tanto, el Ser no es razón de algo ajeno a sí mismo. Es forzoso eliminar esta tradicional alteridad del Ser respec- to del ente» 82. ~ El problema es dónde hay que situar lo permanente 83 • La metafísica clá~aliñea de Parménides, Platón y Aristóte– les, con el respaldo del principio de no contradicción, situaban lo per– manente fuera del espacio y del tiempo, manteniéndose en una iden– tidad estática, eterna, separada del cambio. E. Nicol partiendo de los hechos, de la realidad misma, llega a establecer la permanencia del cambio: «El cambio mismo es perma– nente, y como todo lo que cambia tiene ser, según conceden los pro– pios maestros griegos, acaso podríamos decir que el ser es permanente en el cambio. En el cambio mismo, no aparte de él» 84 • En este punto, nuestro filósofo retorna a los orígenes de la filosofía, y especialmente a Heráclito, en donde descubre la idea que él quiere defender en este tiempo moderno: el devenir no es puro y simple deve– nir, que acabaría disolviendo al Ser. Hay un orden o estructura racio– nal del devenir. Así lo expresa: «Es la idea de que lo permanente en el cambio es, ante todo, la forma o ley del camblio mismo; no es otro ser que se sustraiga al cambio, y que no contenga en sí mismo un otro de sí mismo. La existencia es duración; pero aunque ,las cosas duran mientras exis– ten, su condición es la de venir a ser y dejar de ser, y del cambiar mientras dura la existencia» 85, Pero, si, de esta manera, cree haber salvado la eternidad del orden inmanente de lo real, hay que bajar al concreto devenir del ente indi– vidual para determinar, también aquí, lo permanente. 82. ih 75-76. 83. Cf. me 75. 84. Ibid. E. Nicol comenta las op1mones de Platón y Aristóteles con estas palabras: «Según esto, hay algo que cambia y algo que no cambia. Pero ¿qué base fenomenológica sostiene semejante afirmación? Se trata de una posición teórica conciliadora... Pero, la necesidad de permanencia por un lado, y por el otro la evidencia del cambio ¿imponían necesariamente esta escisión en el orden unitario del ser? Nadie ha efectuado la apre– hensión auténtica de un ente que no cambiara» (ME 145-146). 85. PC 317. 43

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