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las verdades. Ahora, la situación normal se ha invertido. Lo perdura– ble habría desaparecido y sólo nos quedaría lo pasajero. «Esta crisis del hombre sería justamente la situación normal. Pues si toda verdad, como producto de la razón histórica, tiene una vali– dez limitada temporalmente, y cumple la única función de expresar la situación vital presente, sabemos de antemano que cuantos prin– cipios verdaderos logremos encontrarle a nuestra vida serán tan frá– giles como ella, por lo mismo que son también vitales o históricos. La situación normal del hombre sería entonces la del desesperado de la verdad; la del ser en crisis permanente» 79. Llegados a este punto, según E. Nicol, no hay otro posible camino que la renovación de la metafísica sin evadir el problema de la histori– cidad. Sólo la metafísica puede iluminar y luego solucionar el pro– blema de la verdad, pues las ciencias partículares son únicamente «filo– sofía especializada»~. 2. El planteamiento tradicional de la metafísica La metafísica, enfrentada al problema de la permanencia de las cosas en el ser y del cambio o mutación de las mismas cosas, optó, desde Parménides, por el ser, por la permanencia. Todo ser poseería un centro ontológico, intemporal, recubierto por las apariencias 31 • To– dos los entes, además, serían contingentes, limitados, relativos, finitos, mientras que el Ser sería absoluto, ilimÍtado, eterno, necesario. Para establecer esta disdnción entre uno y otro, la metafísica partía de unas 29. IH 17-18. 30. Historicidad y trasce11dencia de la verdad filosófica, en Proceedings of the Se– venth Inter-American Co11gress of Philosophy, Québec 1967, 93. 31. Esta elección no fue arbitraria, sino que se basó en un hecho de experiencia común: «Que en el universo hay permanencia y regularidad». Los filósofos , en su afán de encontrar estabilidad, concibieron «la idea de identidad y su correspondiente lógica, la univocidad; la idea de ser en sí, y la de inmortalidad; la idea de una razón pura; la idea de Dios y la de una verdad absoluta, universal y necesaria, indiferente y eterna» (ME 172). Recordando que este problema del tiempo ha estado continuamente presente en el pensamiento filosófico, E. Nicol afirma: «De una manera un otra, hemos tratado siempre en filosofía de oponer la eternidad al tiempo, el ser a la apariencia, lo permanente a lo mudable: o bien estableciendo dos órdenes diferentes y superpuestos, con la eternidid trascendiendo a la temporalidad; o bien manteniendo la pureza inafectada del ser subs– tancial dentro del orden inmanente de la temporalidad, y como soporte de ella; o bien buscándole al proceso universal una finalidad inmanente que le diera sentido; o bien afirmando, a pesar de todo, lo eterno en lo fugaz, lo absoluto en lo relativo, lo infinito en lo finito . Y esta es la historia de la filosofía» (HE 340-341). Cf. ih 295-302, 324- 328; Fenomenología y dialéctica, en Diánoia 1973, 40. 27

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