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veríamos de nuevo a una concepdón antropológica esencialista, cosa que no acepta E. Nícol. El tiempo de su antropología es interno. Se trata, pues, de estados sucesivos que guardan entre sí conexión y uni– dad interna, sin que sean intercambiables dentro de la sucesión total. Este tiempo es el de la libertad, que actualiza potencias espirituales y cuya perfección ética reside en la adopción de una actitud desinte– resada, no utilitarista, en el conocimiento y la presentadón del Ser. El hombre es el ser que habla del Ser, mediante el lagos. Por efímera que sea la existencia humana, mientras el hombre exista y conozca, el Ser será en el hombre con una nueva manera de presencia: la presencia manifestada del Ser y la presencia especial de un ser que expresa. Partiendo de lo dado, el hombre lleva a cabo una acción «poética», que constituye su destino y su vocación. No se trata de una vocación que dependa de una elección. La vocación, en el senfido que hablamos, es fruto de la condidón ontológica del hombre que ha de producir, indefectiblemente, más Ser con sus palabras. Sólo las ciencias particulares pueden ser objeto de una vocación escogida libre– mente. La palabra, y mediante ella la evidencia del Ser, no es fruto de la acción solítaria de un sujeto. La identificación del ente, cambiante y permanente en su mismidad de ser, se logra en un diálogo interior o exterior, que supone la referencia del lagos a una realidad común. Con anterioridad a la existencia de la palabra, sólo bahía Ser. Pero, en un momento determinado (sín que E. Nícol explique cómo y cuán– do se produjo exactamente), el Ser se presenta a sí mismo ante, en y por el hombre. La presencia del Ser supone entonces como un apa– rante desdoblamiento en la simple percepción, desdoblamiento que parece acentuarse en el acto productivo, poético, de la palabra o lagos. Este se presenta como dialéctico, porque distingue e identifica cada cosa por su nombre. Al mismo tiempo, sin embargo, reúne, ya que muestra la comunidad del hombre que conoce con lo nombrado por la palabra. La comunidad, por tanto, no se refiere sólo a los sujetos que dialogan, sino que muestra también la compatibilidad entre el mundo humano y la naturaleza. Para E. Nícol es un hecho fenomeno– lógico la comunidad de Ser y la de conocer. En esta última, la palabra tiene una importancia primordial, ya que se convierte en el órgano más Ímportante de conocimiento por su contenido significativo y su i_ntención comunicativa. Por eso, no es extraño que E. Nícol afirme que la historia es historta de la palabra. Ni los puros sentidos, ni la pura razón del sujeto solitario que conoce, nos ofrecen la verdad. Esta 106

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