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554 ENRIQUE RIVERA El lector inteligente comprende al instante la fácil adaptación a nues– tro caso del lindo romance. Desde esta reflexión sobre los métodos po– sibles en la interpretación de la vida de San Francisco, la letra del ro– mancero nos dice que sólo las almas franciscanas que van en la misma nave que Francisco pueden llegar a su intimidad. Ciertamente van en su nave cuantos pertenecen a sus Tres Ordenes. Pero A. Masseron habla de una cuarta que la forman los «simpatizantes» del Santo. Todos ellos -y sólo ellos- son capaces de «intimar» con el alma de San Francisco. Y sólo después de haber logrado un pleno «intimar» con él, puede venir la gran biografía que todos deseamos, pero que se halla todavía por escribir. A cuantos, por el contrario, se hallan lejos del espíritu del Santo, les repetimos lo que dijo el marinero al Conde Arnaldos: «Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va». Podrán éstos bucear en archivos, des– cubrir documentos, acumular una pirámide de infolios. Todo esto, ya es sabido, es muy valioso e insustituible. Pero todo ello puede quedar mar– ginal al Santo. Peor es aún el caso, tantas veces repetido, de quienes se acercan a él, sin ser capaces de hacer surgir en su conciencia alguna vivencia religiosa. Ni su talento histórico, ni su saber psicoanalítico, ni sus observaciones agudas podrán desvelarnos el gran misterio de la san– tidad de San Francisco. Es el que participe de su espíritu y se sienta im– pregnado de su ardor seráfico, a quien está reservada la dicha y la fortuna de plasmar por escrito «la verdadera alma de San Francisco». ENRIQUE RIVERA
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