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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 93 guas orientales: el griego, el hebreo, el siriaco, el arameo y el árabe; había buscado la explicación en los Santos Padres, en los doctores, en los antiguos escritores eclesiásticos, en todos los comentarías anteriores ; había examinado en los es– critos de los rabinos y en los de los herejes de todo tiempo las falsas aplicaciones del texto sagrado ; él mismo había pe netrado el sentido y hecho de él la base de sus lecciones teo– lógicas. Después de este magnífico ejemplo podía Maldonado re– comendar a sus alumnos, en nombre de la misma teología, un amor ardiente a las Sagradas Letras. El 9 de octubre de 1572, en la apertura de curso, dirigía a sus estudiantes las siguientes apasionadas palabras sobre la Biblia: «Siendo la Escritura la fuente de toda la teología ... , ¿ por dónde empeza– remos nuestra trabajo de la mañana y de la tarde sino por estos ricos tesoros? Yo no considero como teólogos a quie– nes descuidan las Sagradas Escrituras y consumen sus fuer– zas} todas y ellos mismos en no sé qué libros. Que aquellos que consagran la más pequeña y última parte de su tiempo a las Divinas Letras sean llamado teólogos si así lo quieren : para mí, sin ningún género de dudas, son teólogos descon– siderados y a contrapelo. El que quiera seguir mi consejo que consagre, a continuación de los ejercicios de piedad, la pri– mera hora de la mañana a leer el Nuevo Testamento, y la pri– mera de la tarde a leer el Viejo Testamento. Que lea el An– tiguo en hebreo y el Nuevo en griego, si conoce estas len– guas; de este modo, el mismo estudio le permitirá aprender la historia santa y la teología y le impedirá olvidar las len– guas.»

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