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zo EL :MENSAJE DE LA BIBLIA cer una influencia moral y religiosa, y por esos sus escritos brotan de los más íntimos entresijos del alma popular. Y esta es una de las razones esenciales de esa fuerza irresistible que cautiva aun hoy el corazón de todo hombre sin cultura. Los problemas de los escrit10s sagrados son los mismos que inquie– tan a sus vecinos y contemporáneos ; ellos se esfuerzan por llevar la solución satisfactoria y pacífica con palabra sencilla, límpida y tajante, envuelta en el colorido matizado de la ima– gen casera y oportuna. Los árboles, los pájaros, los ríos, los campos, las costumbres de los ciudadanos sirven de marco costumbrista a la exposición de la idea transcendente. Véase con qué sencillez el profeta Amós, pastor y des– cortezador de sicomoros, anuncia la ruina de Jsrael: «El Se– ñor Dios me dió a ver esto : un cestillo de fruta ya madura, y me dijo : ¿ qué es lo que ves, Amós? Yo le respondí: un ces– tillo de fruta madura. El Señor me dijo: madura está ya la suerte de mi pueblo Israel, no le perdonaré ya más tiempo. Los artesonados de sus palacios aullarán aquel día, dice el Señor. Serán muchos los cad{n·eres y serán silenciosamenh' arrojados en cualquier lugar.>> El carácter popular de la Biblia se advierte más notoria– mente en las narraciones del Nuevo Testamento. lo mismo que Sócrates, no escribió nada; mas lo que los EYan– gelios nos transmiten de El, manifiesta, una simplicidad clási– ca, fundada en la lengua del terruño, un carácter popular evi– dente unido a una insondable profundidad jamás conseguida por orador alguno en el mundo. Jesús hace la primera his toria popular; una historia que habla de los campesinos, de 1os pastores, de los recaudadores de tributos, de las aguade– ras, de los leprosos y de los maleantes, de los lirios del cam– po, de los gorriones y los raposos, de las serpientes y las pá-

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