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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA lor inmenso de cada página sagrada. En la Sagrada Escritu– ra está la vida, como dice Jesús en el Evangelio de San Juan. Los Santos Padres han prodigado los más entusiastas elo– gios, con figuras retóricas que realzan aún más la emoción del encomio. Así, San Juan Crisóstomo: «Una pradera es agra dahle, un jardín es deleitoso : pero más agradable es el estu– dio de la Sagrada Escritura. Allí enconframos flores que se marchitan : aquí, palahas que encierran fuerza de vida sempi– terna. Allí sopla el céfiro: aquí es el soplo del Espíritu Santo. Allí 1a vista se recrea : ;iquí la lectura de la Escritura lleva sólidos y perdnrnhles heneficios. Un jardín está sujeto a cam– hios de estaciones : las sagradas páginas están cubiertas de follaje y de frntos en todo tiempo. )> Todo lo escrito en el c;ipítulo anterior podría reproducir– se aquí para indicar la gran utilidad de la lectur1 de la Biblí;i Para los cristianos la Biblia no es un libro que se lee una vez y se abandona luego en la estantería ; no es una novela o una relación de viajes, cuya lectura es circunstancial y momen– tánea; no es el libro que se devora ávidamente, vertiginosa– mente, con el ansia de asistir lo antes posible al desenlace que se presiente interesante y seductor; la Biblia es el libro de todas las horas y de todos lo momentos de la vida, cúyas páginas se pasan con sosiego y lentitud para empaparse y Psponjarse de 1a luz, de la verdad, de la fuerza, de la vida que transpiran sus líneas y sus letras. De esta manera el alma se sumerge cada yez más profundamente en los insondahles se– cretos de Dios, manifestados en este libro insigne. La Biblia, pues, es el mejor libro de lectura espiritual, porque es obra de Dios mismo. La Sagrada Escritura, por sn origen y destino, lo mismo que por el uso que de ella se ha hecho desde el principio, es

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