BCCCAP00000000000000000000429

EL MENSAJE DE LA BIBLIA cardos y ortigas que habían cubierto su haz, y su albarrada estaba destruída» (20,4; 34,30-31). Una mala cosecha, una guerra o los funcionarios reales exigiendo pingües rentas y he aquí al campesino insensato y confiado sumido en la miseria. Debía pedir prestado. Gen– tes hábiles y sin conciencia se enriquecían a costa de la in– digencia del vecino. Compraban tierras baratas y las arren– daban a elevado precio y con garantías por adelantado. El paisano que pedía prestado hipotecaba el vestido, una parte de campo, todas sus posesiones y, a veces, hijos y mujer: cuando no podía pagar lo prestado, los intereses, su acreedor se guardaba las prendas, se incautaba del campo, de los hi– jos, de su mujer y aun de la misma persona. Poco a poco la transformación social iniciada con Salomón se acentúa de tal forma que en tiempo de los profetas existen dos clases neta– mente separadas y hostiles : la clase de los pobres, que son explotados y sufren, y la de los ricos, que viven en la pros– peridad insolente y descarada. POBRES Y RICOS EN LA LEGISLACIÓN MOSAICA La legislación mosaica contiene ya disposiciones que tien– den a suavizar las miserias sociales y aun a prevenirlas. Así por ejemplo, permite que al atravesar los campos pue-– dan cortarse espigas y racimos, pero está prohibido llevar en el cesto: «Si entras en la viña de tu prójimo podrás comer uvas hasta saciar tu apetito, pero no guardarlas en recipiente alguno tuyo» (Deut., 23, 25-26). Al hacer la recolección, las espigas y los frutos olvidados o todavía sin madurar deben dejarse para los indigentes (Deut., 24,19-22). El Levítico manda que no se haga la recolección en los linderos de los

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz