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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 369 cerrados en la Redención efectuada por Cristo. Por eso, el hom– bre que cierra sus ojos a la luz no tiene excusa; él mismo se condena en su incredulidad; la Iglesia, mediante sus sacerdotes es la antoréha siempre encendida a fin de que los hombres pue– dan esclarecerse con su resplandor. No caben disculpas tontas e infantiles. Si quien sostiene y ofrece la luz está él mismo en tinieblas, su responsabilidad será mayor y más tremenda, pero con ello no disminuye la luz ni destruye la obligación de cami– nar a su resplandor. Cuando Jesús es levantado en alto sobre la cruz, atrae hacia él todas las cosas. Y cuando ya resucitado, sube defini– tivamente a la diestra de Dios Padre, envía al mundo la última palabra de optimismo: "Todo poder me ha sido dado en la tierra y en el cielo. Id, pues, enseñad a todas las gentes, bauti– zándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo es– taré siempre con vosotros hasta la consumación del mundo" (Mt., 28, 18-20). Aquí está el optimismo más sólido, la afirma– ción más completa de la vida. Cuando Cristo envía a sus Apóstoles por el mundo para transmitir a los hombres el mensaje salvador, les infunde un op– timismo pacífico, suave y seguro. Si en su discurso de despedida habla de lágrimas, de dulor, también anuncia la paz, la alegría, la confianza: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre... He aquí que llega la hora, y ya es llegada, en que os dispersaréis cada uno por su lado y a mí me dejaréis solo, porque el Padre está conmigo. Esto os lo he dicho para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de teaer tribu– lación; pero confiad, yo he vencido al mundo" (Jn. 16, 33 ss.). Esta herencia gloriosa de cptimismo los Apóstoles la sir– vieron fielmente al mundo y con él renovaron la haz de la tie– rra. El filósofo alemán Eucken comenta así el gran valor del

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