BCCCAP00000000000000000000429

P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 35 de Dios hacia su pueblo. «Los até con ataduras humanas, con ataduras de amor; fuí para él como quien alza una cria– tura hasta tocar a sus mejillas, y me bajaba hasta él para darle de comer» «Os., II, 4). Este amor ardiente, puesto ya de relieve por el caudillo Moisés (Dt., ro,12, 32,6,10-u) halla formulación completa, luminosa y definitiva en el Nuevo Testamento, sobre todo en San Juan, cuyo Evangelio, y Epístolas, es necesario leer para comprender la excelencia sublime del amor de Dios a los hombres: «Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos» (I, Jn., 3,1). «La caridad de Dios hacia nos– otros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito para que nosotros vivamos por El. En eso está la caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y envió a su Hijo víctima expiatoria de nues tros pecados)) (I, Jn., 4,9-10). (Cfr., Jn., 3,16; Rom., 5,8-9; Ef., 2,4-2 I Tes., 2,15-16.) Consecuencia obligada de la unicidad de Dios y de su amor, el amor del hombre a Dios fundamenta toda religión y toda moralidad: ((Ahora, pues, Israel, ¿ qué es lo que de ti exige Yavé, tu Dios, sino que temas a Yavé, tu Dios, si guiendo por todos sus caminos, amando y sirviendo a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y guardan– do los mandamientos de Yavé y sus leyes que hoy te pres-· cribo yo, para que seas dichoso?)) El principio capital de mo– ralidad bíblico y de felicidad humana implica, por tanto, una plena y absoluta sujeción del hombre a la voluntad di– vina, y en último término, al amor de Dios.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz