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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA El pertenecemos; nosotros somos su pueblo y el rebaño de sus prados" (Ps., 100, 1-3). Con estas expresiones sencillas y com– paraciones caseras determina. la Biblia el valor y la definición de la verdadera alegría. La verdadera alegría consiste en sen– tirse dentro del mundo como creatura de Dios, a quien se debe servir integralmente; en sentirse inmerso en una comunidad de hombres, ligados por los mismos derechos y las mismas obli– gaciones ante el Padre común, de quien toda vida depende; la verdadera alegría consiste en usar de las cosas, en servirse de los adelantos científicos como destellos que son de la sabidu– ría, del poder, de la belleza de Dios. Nuestra norma de conduc– ta ante los medios de gozo, de diversión que Dios ha puesto a nuestro alcance, ha de ser ésta: usar de ellas de tal manera que nos reflejen el rostro de Dios. Eso es el mundo para el cris– tiano: una huella del paso de Dios por él dejando vestigios de sus atributos infinitos. El mundo entero está lleno de Dios; los hombres adivinan a Dios en la Naturaleza y en la historia; y la conciencia de esta presencia divina en el alma, en amistad estrecha con Dios, lleva al espíritu la felicidad, la paz dura– ble, independiente de las circunstancias etxernas. Pero para que esto suceda es necesario saber leer en el gran libro de las crea– turas el nombre radiante del Creador; y esto solamente se con– sigue con una mente humilde y un corazón purificado. Escribe Weis en su Apología del Cristianismo: "En todo tiempo ha dado el mundo en decir que la vida del cristianismo es una vida triste y aburrida. Ya los primeros cristianos tuvie– ron que soportar este reproche, que provenía de los que no co– nocían su conducta más que de oídas. No es necesario probar la falsedad de tales afirmaciones. Los que así hablan no saben lo que significa el verdadero cristianismo, practicado seriamen– te. De lo contrario, comprenderían mejor de donde proviene esa vida esa jovialidad el ánimo franco y sere-