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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 357 inorgamco, en todas las craeturas, y por eso su alegría tiene necesariamente que ser distinta de la alegría de los ·mundanos que se divierten locamente, insaciablemente; ya lo dijo Jesús: "La paz os doy, mi paz os dejo, no como la da el mundo os la doy yo" (In., 14, 27). Nadie como el cristiano tiene derecho a la alegría auténti– ca y beatífica; porque nadie fuera de él ha resuelto los inquie– tantes signos dr. interrogación que entenebrecen y desgarran el espíritu del hombre. "No hay duda: el hombre se ha extravia– do en la aspiración unilateral encaminada al perfeccionamiento de lo exterior y del entendimiento y se ha perdido en yermos arenosos, donde toda vegetación cesa. Una civilización que so– lamente penetra en el cerebro y no en el fondo del corazón y del alma, una civilización que únicamente perfecciona y exalta los sentimientos inferiores es una civilización sin alegrías, por– que no puede satisfacer ni hacer feliz al hombre interior. ¿ Vivimos en una época raquítica o pletórica de alegría? El optimista que se atreviera a afirmar esto último sería casi en– vidiable, pero de seguro que no encontraría muchos que le cre– yeran. Porque el carácter distintivo de nuestros días, el rasgo fundamental de la vida popular-a pesar del jolgorio externo y las risas prodigadas a flor de labios-es la tristeza en todas sus faces, desde la simple ausencia de la alegría hasta la deses– peración espeluznante. LA CIVILIZACIÓN NO APORTA ALEGRÍA VERDADERA Rodolfo Eucken, uno de los filósofos modernos más serios y más nobles, considera evidente la insuficiencia de toda cultura meramente natural; esto es, la que prescinde de miras sobre-
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