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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 355 vida, y de aquí resulta, como dice Federico Schiller, que no se conoce nada de la auténtica felicidad." Léase la experiencia dolorosa y confesión desoladora del hombre que ha tenido a su alcance los medios más refinados de placer, de ese gozo intenso por el que suspiran los hombres: "Fuí grande, más que cuantos antes de mí fueron en Jerusalén, conservando mi ciencia. Y de cuanto mis ojos me pedían, nada les negué. No privé a mi corazón de goce alguno, y mi corazón gozaba de toda mi labor, siendo éste el premio de mis afanes. Entonces miré todo cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve, y vi que todo era vanidad y apa• centarse de aire, y que no hay provecho alguno debajo del sol" (Beles., 2, 10 ss.). El hambre de alegría del alma inmortal no puede ser satis• fecha mediante los placeres materiales. Las mismas artes no son suficientes para calmar el espíritu. Al fin sobreviene siempre la insatisfacción; los placeres, las diversiones, los puestos privile– giados en la política, en la economía o en las ciencias son te– nues hilitos de agua que llevan cierto reposo a los hombres; si el cauce se agota, la paz se extingue también. Quien busca la alegría auténtica, la paz estable, debe enterrar sus ídolos; aquél tendrá la paz verdadera que descansa enteramente en su Dios. MOTIVOS LÍCITOS DE ALEGRÍA No obstante, los Libros Sagrados, palabra salida del cora– zón de Dios al corazón de los hombres, no rechazan como ma– los los motivos naturales de alegría: "Joven, regocíjate rn tu mocedad, que tu corazón te proporcione alegría en los días de tu juventud. Marcha según los dictados de tu corazón y según las miradas de tus ojos; pero sábete que de todo ello darás cuen-

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