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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 35 1 dose en el plan divino, imprime a su vida el más alto sentido y la finalidad más noble. Consagrarse asiduamente en una fide– lidad constante a estos deberes insignificantes, y continuamente renovados del trabajo cotidiano, vencer en cada minuto por amor de Dios la pereza y la sensualidad, he aquí el espíritu del sacrificio cristiano: es tomar sobre sus hombros la cruz de Cris– to, y, con él, caminar por la senda de los héroes. Para el hom– bre en todos sus sufrimientos, tal victoria sobre sí mismo es fuente de consuelo que brota eternamente fresca, pues quien participa en los dolores de Cristo tendrá parte también en su gloria y encontrará la paz. Pero de donde brota abundante el consuelo es de la cari– dad pacticada mediante los actos de misericordia espiritual y corporal que emanen del amor de Dios. Es esto lo que recomien– dan los profetas y los sabios de Israel: "Ser agradecido a Dios es ofrecer flor de harina, y practicar la limosna es ofrecer sa– crificio de alabanza" (Ecli., 35,4). Quien experimenta el dolor y se entrega a los actos de caridad, ése ha sublimado y domina– do plenamente el sufrimiento.
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