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35° EL MENSAJE DE LA BIBLIA consoladoras para el tiempo del sufrimiento. Y nos muestran que tanto para el pueblo de Israel, el pueblo elegido, y para la primitiva Iglesia, la plegaria fué el principal medio de con– suelo. El Apóstol Santiago exhorta así a los fieles: "¿Alguno de vosotros vive en la aflicción? Que rece" (5,13). Las religiones del paganismo antiguo estaban dominadas por la idea del des– tino, que, como fuerza ciega e inexorable, pesa sobre los hom– bres y los dioses. Los salmos elegíacos y también las demás ele– gías de la Biblia tienen todos por fundamento la confianza en Dios, que conduce los destinos del hombre, que permite y causa las heridas, pero da el bálsamo que suaviza y cura. El arrepentimiento, la confianza en Dios, el abandono ale– gre en sus brazos y no una resignación forzada y desesperada, es la verdadera, la auténtica y la más provechosa reacción del hombre ante el dolor. Fuera de las oraciones de la Biblia, ¡qué consuelo propor– ciona a los que sufren la simple lectura de Texto Sagrado! Bas– ta abrir la Biblia en el discurso de despedida de Jesús, en su gran oración sacerdotal: "La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da os la doy yo. No se turbe vuestro corazón ni se intimide" (In. 14, 27). Si se piensa con piedad en la ago– nía de Jesús, en el huerto de los olivos, en el pretorio de Pi– latos, las páginas sagradas se convierten en fuentes torrenciales de consuelo. La oración es un derecho intransferible del hom– bre; la oración en nombre de Jesús es el precioso privilegio de sus discípulos. Quien reza es particularmente escuchado si con– sagra su vida al trabajo: "Una sola oración--dice San Agus– tín--de quien pone en práctica el mandato de ganar el sustento con el trabajo de sus manos es más pronto atendida que cente– nares de plegarias de quien ha olvidado este mandato." Quien cumple perfectamente su tarea diaria, violentándose a sí mis– mo hora a hora, día a día, como siervo fiel de Dios insertán-

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