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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 349 y lúcida: "Todo es misterio; en todas las cosas late un miste– rio de Dios. En cada árbol, en cada brizna de hierba, en la corola de cada flor... , en el pájaro que canta, todo es un solo y mismo misterio.'' Como el amor, también el dolor es un misterio. Pero un misterio que acerca a los hombres a Dios, según las palabras de Goethe: "Quien no ha regado aún con lágrimas el bocado de pan, quien no ha velado aún en noches difíciles, llorando a solas en su lecho, no te conoce a Ti, cielo bondadoso." "Ven a mí si las cosas van mal", dice Tomás de Kempis. Para sufrir ha nacido el hombre; "nacer aquí y en cuerpo mortal es co– menzar a estar enfermo", había escrito San Agustín. El dolor engendra en el alma una misteriosa melancolía, nostalgia hon– da de otra vida mejor; esa melancolía, tan legítima como natu– ral, de que habla Marcha} en su libro Esperance a tous ceux qui pleurent ("Esperanza para todos los que lloran"). "YO ALZO MI VOZ A DIOS Y CLAMO... " Es a Dios a quien se busca en el desastre, en las claudica– ciones, en las ingratitudes, en el colapso económico, en la trai– ción del amigo. El hombre que sufre, y todo hombre sufre y pena, podría grabar en su corazón las exclamaciones esperan– zadas del salmista: "Yo alzo mi voz a Dios y clamo, alzo mi voz a Dios. y El me escucha. En el día de mi tribulación bus– qué a Yavé y se alzaban a él mis manos sin descanso por la noche, y rehusa mi alma todo consuelo. Se acuerda mi alma de Dios y gime, medito y se angustia mi corazón... ¡Oh Dios, san– tos son tus caminos! ¿ Qué Dios es grande como nuestro Dios? Tú eres el Dios que obra prodigios." (Ps., 77, 2-4, 14-15). Los autores sagrados han insertado igualmente oraciones
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