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EL MENSAJE DE LA BIBLIA grandeza insondable de Dios, creyendo en su justicia y en su amor, aun bajo los golpes del sufrimiento. Como una exhortación a los hombres de todos los tiem– pos, presa del dolor, la respuesta del sufrido Job, a las quere– llas de su mujer quisquillosa y pesada, resuena con ecos de eternidad: "Díjole entonces su mujer: ¿Aún sigues tú aferrado a tu integridad? ¡Bendice a Dios y muérete! El la respondió: Has hablado como habla mujer necia. ¿No recibimos de Dios los bienes? ¿Por qué no vamos a recibir también los males" (Job., 2, 9-10). "EN TODAS LAS COSAS LATE UN MISTERIO DE DIOS" El sufrimiento no puede arrancarse de la tierra. La sabidu– ría, pues, consiste en acomodarse al mal. Ahora bien: en la Sagrada Biblia aprendemos a sufrir. Aprendemos el arte real de la paciencia, sin la cual la vida es noche cerrada y pena negra. "Porque la aurora--en frase de Tomás de Kempis-apa– rece para quien se refugia en Dios durante las horas oscuras; su acto de abandono es el canto matinal que anuncia y saluda al nuevo día." Los que maldicen de la vida no la han comprendido. El cristiano no puede sino bendecirla; porque sabe que vive para cumplir un destino glorioso y para tomar parte en la ejecución de una obra eterna. Cristo nos dió ejemplo en la noche última, en la soledad sangrante del Monte de los Olivos: "Padre, si es posible aleja de mí ese cáliz; sin embargo, que no se haga mi voluntad, sino la tuya." (Mt., 26, 39). En una de sus novelas, Dostoyesvki escribe esta frase bella
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