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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 345 se ha de amar! La vida puede ser como un juego de cartas; no podemos hacer nada directo por el compañero de mesa, pero sí ayudarlo mediante nuestro modo de jugar nuestras cartas. El no amor de una vida es siempre falta de un alma; el dolor de la vida no es siempre tal. El secreto consiste en llevar nuestras pequeñas cruces a la sombra de la Cruz: "¡A quien el amor causó vida, la vida causó dolor y el dolor causó muerte! No hay nada más fuertemente robusto en el mundo que el sacrificio del amor. Vence al mismo sufrimiento; por tanto, cuando los sufrimientos se ofrecen con amor, los sufrimientos y la muerte son la perfección más sublime de la vida, la culmi– nación más heroica de cuanto el hombre puede hacer sobre la tierra. Por eso la Pasión sobre el Gólgota del Hijo de Dios es el acto culminal de la historia del mundo. En la comunidad so– lidaria de la vida y del amor en la Iglesia de Cristo, las obras y los sufrimientos de cada uno se hacen bienes comunes; lo mis– mo que la Pasión de Cristo, el dolor de todo cristiano procura a los otros el perdón. Así explica la Biblia el enigma del dolor en el mundo. El Nuevo Testamento asigna al sufrimiento un puesto relevante en el centro de la religión. Lo que en el Antiguo Testamento era promesa luminosa para el futuro, en el Nuevo Testamento se hace ralidad gozosa y tangible gracias a los su– frimientos padecidos por el Salvador de los hombres. Mediante su palabra, su ejemplo y sus sacramentos, los discípulos heredan el rico patrimonio de los consuelos. "Pues, como dice San Pa– blo, así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación." (2 Cor., 1, 5.)
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