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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 335 compadecerse del hijo de sus entrañas? Y aunque ella se olvida– ra, yo no te olvidaría" (49, 14-15). El libro de los Salmos es un himno gozoso de confianza en Dios: "Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestro pron– to auxilio en las tribulaciones. Por eso, no hemos de temer aun– que tiemble la tierra, aunque caigan los montes al abismo del mar y bramen y espumen sus olas, y tiemblen sacudidos los montes" (46, 2-4). El filósofo estoico, fatalista y puritano, se resigna y afronta impávido la realidad adversa, aunque sea el hundimiento del mundo, como dice Horacio en sus Odas; mas los escritores sagrados saben que Dios puede salvar al hombre y le salvaría si el mundo se hundiese. En todo tiempo y circuns– tancia, el creyente se siente amparado y protegido por Dios: "Porque me amó, yo le salvaré; yo le defenderé, porque confesó mi nombre", dice el salmista en el canto a la Providencia de Dios sobre el justo. Es necesario reconocer que una ola de zozobra, de angustia zarandea las almas aun de los cristianos. Es verdad que en ciertos momentos todo parece negro y que la Humanidad cami– na desesperadamente a lo que un autor ha llamado "suicidio cósmico". Pero no seamos alarmistas; tengamos fe en Dios, y hagamos nuestras las palabras del libro de los Proverbios: "Confía en Dios de todo corazón, y no te apoyes en tu prudencia. En todos tus caminos, piensa en El y El allanará todas sus sen– das (3,5). Encomienda a Dios todos tus afanes, y se te lograrán tus pensamientos, el que teme a Dios está seguro" (16, 3). La confianza en el Señor, de donde proviene todo bien, to– da luz y toda gracia disipará necesariamente nuestra angustia y desesperación; "la causa básica-dice Fulton Sheen-de nues– tra infelicidad es una inquietud dentro del tiempo, producida
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