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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 333 do: Dios y Jesucristo. El Paraíso Terrenal consiste en la paz con nosotros mismos, con nuestros semejantes y con Dios; y esta paz solamente la da la confianza ilimitada en Dios de que nos ha– bla tan luminosamente la Biblia y que tanto necesita el mundo moderno, a pesar de sus adelantos científicos. La Biblia es el libro de la confianza en Dios; cada página es un himno entu– siasta al Señor, fortaleza, auxilio, protección del hombre an– gustiado y desvalido. Numerosos lectores de la Biblia han en– contrado en ella el camino hacia su conversión, hacia la paz y seguridad de su espíritu atribulado. Las mismas preocupaciones que inquietan a los hombres de hoy se hallan reflejadas en la Biblia dándoles solución satisfactoria y definitiva. Al lector de la Biblia Dios está presente de una manera especial; quien no lee la Biblia pierde en su vida religiosa y en sus relaciones con Dios algo absolutamente irreparable en la tierra. Miguel Angel, el genio incomparable de todos los tiempos, inmortalizado en la Capilla Sixtina, en la Pietá famosa, en la cúpula de San Pedro, nos ha dejado vestigios preciosos de lo que hubiera sido la obra cumbre de su vida de artista: el mausoleo para el Papa Julio II. En la iglesia romana de San Pedro ad víncula se expone la figura central de todo el conjunto; la figu– ra de Moisés. Es imposible describir la perfección, la majestad, la elegancia, la vida y la sangre que parece animar el mármol finísimo. Se cuenta que el mismo Miguel Angel, satisfecho de su obra, golpeó con aire de triunfo la estatua exclamando: "Ahora habla." Mas la estatua permaneció muda; esto le sumió en profundos pensamientos acerca de la grandeza del Creador y de la pequeñez del hombre. Mas el hombre moderno ha buscado en las leyes físicas, en la energía nuclear, en la técnica los sustitutivos de Dios; su ciencia orgullosa creó los monstruos que ahora le dominan, le imponen su fuerza ciega y superior mil veces a la de sus crea-

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