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EL MENSAJE DE LA BIBLIA el cielo, me siento perplejo, turbado, dudoso, a veces hasta ate– morizado. La astronomía me ha desilusionado. Compréndame bien; la astronomía como ciencia exacta, es uno de los más ma– ravillosos edificios levantados por la mente humana en los últi– mos siglos; pero, en cambio, me ha desilusionado su objeto: el universo sideral. ¿Qué sucede allá arriba? Esto: innumerables e inmensos fuegos huyen y se consumen. ¿Por qué huyen? ¿Adón– de huyen? Estamos acostumbrados a las rotaciones regulares de nuestros planetas alrededor de esa estrella mediana que es el sol... Nuestras mediciones son ridículamente pobres, nuestros más poderosos telescopios se pueden parangonar a los ojos de un insecto que observaran fijamente las excelsas quebradas del Himalaya: el cielo que vemos no es el cielo de hoy, el de este momento en algunas partes es el cielo de hace varios siglos, en otras partes es el cielo de hace milenios. Los astros huyen como desesperados perseguidos y al huir se convierten en fuego, es de– cir, se destruyen. Millones de nebulosas, millares y millares de estrellas, desde hace siglos de siglos no hacen más que huir y destruirse, sin una razón imaginable... ¿Es posible que una in– teligencia superior y perfecta haya querido esa dilapidación enorme, perenne y completamente inútil? Ante este pensamien– to, la mente humana se confunde aterrorizada, ante este espec– táculo absurdo. Algo semejante sucedería si los hombres ilumi– naran todas las noches, con millones de lámparas y reflectores, el desierto del Sáhara o los océanos árticos, lugares donde nadie habita y por donde nadie va... En cuanto regrese mi maestro, abandonaré mi observatorio y la astronomía. Al igual que los demás hombres, me contentaré con ser un pobre insecto ham– briento, que se mueve entre las hojas de hierba de los prados terrestres." Es el símbolo del hombre orgulloso de su ciencia, cuan– do piensa haber aprisionado la realidad con sus fórmulas
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