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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 3 2 3 la luz de Dios, está incierto de su destino, "está temiendo siempre-dice Fulton Sheen-ser lanzado nuevamente a la nada de la que salió y duda acerca de si hay algo o no hay algo en el término de la escalera. El resultado de ello es vértigo y te– mor. Mucha de la cultura moderna se orienta a la supresión de ese espanto: pastillas soporíferas, drogas, alcaloides, constante búsqueda de placeres; deportes sin ton ni son que a la postre tor– turan e inquietan más; todo ello significa intentos de suprimir ese espantoso y atenazante miedo a la nada. ¿Por qué sucede que una vaca no siente vértigo ni terror?, porque ningún animal posee un alma capaz de conocer el infinito. Si yo fuera como una hormiga, una criatura capaz solamente de este mundo, nun– ca podría conocer la desesperación; se precisa la eternidad para que un ser humano se desespere... " En la Biblia, la naturaleza no es un viejo e inquietante enig– ma cuya solución sólo un loco puede lograr, como dijo Henri Reine. Al contrario, debe servir a los fines de su Creador y Conservador; la naturaleza entera proclama su poder, su belle– za, su sabiduría y su bondad. El autor del libro del Eclesiástico exclama entusiasmado y sereno: "... la gloria del Señor se refle– ja en todas sus obras. El Señor investiga el abismo y el corazón del hombre, y penetra todas sus reconditeces. Conoce lo pasado y lo venidero, aun lo más oculto... Todo vive y permanece para siempre y en todo momento le obedece. Difieren todas las cosas unas de otras, y no hay nada inútil, ¿quién se saciará de admitir su belleza?" (Cap. 42). Lo mismo que los fenómenos naturales, Dios dirige el curso de la historia hacia un fin determinado, según un plan estable– cido de antemano. La acción universal de Dios en la historia de la humanidad, según la Biblia, aparece moralmente determi– nada por su justicia, y en último análisis sirve a los fines de su voluntad y de su amor paternales, lo mismo cuando deja caer