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n. CARLOS DE \'ILLAPADIERNA labios brotará espontáneo el entrañado grito: "¡Gracias a Dios! ¡Estoy de nuevo en casa... , en la casa de mi Padre!" La seguridad espiritual que tanto necesita el hombre de hoy solamente puede existir allí donde hay unidad e inmutabi– lidad de doctrina. ¿Cómo puede ofrecer un programa de sal– vación al mundo el protestantismo, pulverizado en cientos de sectas arbitrarias y circunstanciales, cuando no puede convenir en un acuerdo acerca de la persona de Jesucristo? Solamente en la Iglesia católica-repito-no puede fallar el encuentro re– dentor y salvador con Dios. "QUÉDATE CON NOSOTROS, QUE EL DÍA YA DECLINA" Hay un antiguo camino que discurre de Jerusalén a Emaus. No es una carretera amplia y asfaltada; se trata de un sendero estrecho, accidentado y difícil, bordeado de olivos y de cáctus. Recorrerlo sin prisas, deleitándose en la evocación de recuerdos sublimes, es una gracia excelsa para el hombre afortunado. Por él iban dos discípulos el día de la Resurección. Asombrados y perplejos por los acontecimientos de aquellos últimos días, buscaban cómo explicárselos. Mientras caminaban a solas con su angustia y su pena, Jesús resucitado se les unió y anduvo con ellos. A pesar de observarle fijamente, no le reconocieron. -¿De qué íbais hablando por el camino y por qué estáis tristes?-les dijo. Replicó uno de ellos, llamado Cleofás: -¡Qué! ¿Acaso eres tú el único forastero en Jerusalén y no sabes cuanto ha ocurrido en estos días? Y Jesús siguió con ellos interesándose por sus problemas. Estaban ya cerca de la aldea donde iban, y El fingió ir adelante.

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