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318 EL MENSAJE DE LA BIBLIA -Bien; está bien. Empecemos por la primera pregunta. Y así lo hacen. Algunos meses después, en la humilde ca– pilla de Beaconsfield, el padre O'Connor recibe al famoso es– critor en la Iglesia católica. Poco después, Chesterton corres– ponde al favor recibido inmortalizando al humilde párroco de aquella villa como al padre Brown de sus célebres novelas de– tectivescas. La sencilla humildad infantil y el espíritu de reverencia y oración que Chesterton puso en su estudio de las verdades reveladas por Cristo y custodiadas por su Iglesia infalible eran el equivalente moderno de la plegaria suplicante del ciego del Evangelio: "Señor, haced que yo vea." Y alcanzó la misma graciosa respuesta de lo alto: "Vete, lávate en la piscina de Siloé. Fué, pues, se lavó y volvió con vista" (Io., 9, 7). Ninguna confesión religiosa, ningún grupo confesional fuera de la Iglesia católica encierra la verdad completa que salva y esclarece el camino a los humanos. La realidad gozosa en– vuelta en esta afirmación la han sentido vivamente todos aque– llos que, después de largos y penosos rodeos, han vuelto a la casa paterna. Así exclama un famoso converso: "Cuando vol– véis al altar en donde vuestros padres adoraron al Todopode– roso durante quince siglos, antes que las sectas no católicas vieran la luz del día, vosotros no hacéis sino volver a la fe de vuestros padres, a vuestro verdadero hogar espiritual. Al en– trar en esta Iglesia, divinamente establecida, no os deshacéis de ningún elemento del cristianismo histórico, sino que os hacéis con lo mucho que habíais perdido en el cataclismo religioso del siglo XVI, al aparecer las sectas protestantes, innumerables y contradictorias. Cuando os arrodillaréis ante el altar del Se– ñor, al momento experimentaréis el gozo y los transportes de alegría del hijo que ha vuelto, después de larga ausencia, a la casa del padre, y siente el tierno abrazo de la madre. De sus
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