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EL MENSAJE DE LA BIBLIA día, de Grecia, ele Roma. Los pueblos antiguos, excelente– mente dotados en el campo ele la filosofía, de las artes, de la política y de la ftterza militar, nos han legado sus escritos plagados de errores en el orden moral y religioso ; Israel, al contrario, pueblo sin artes, sin filosofía, sin grandes re– cursos naturales, ha producido la maravilla incomparable del Libro por excelencia. Este hecho singular se explica única y_ exclusivamente admitiendo un auxilio superior de Dios. De aquí que el corazón y el centro de la Biblia sea la re– ligi{m. La Biblia contiene y nos transmite la revelación de Dios ; por eso elche ser d libro sobre el cual hemos de vivir y de morir. Sin duda, que las verdades religiosas de la Bi– blia pertenecen en parte al orden natural ; pero contiene tam bién verdades que el hombre jamás hubiese podido conocer por sns propias fuerzas. Estas verdades debían serle releva– das por Dios de una manera especial, ya que eran necesarias para su perfección, para su bienestar temporal y eterno ; y esto nos hace estimar este libro corno el tesoro más precioso de la Humanidad. Ciertamente que las decisiones de la Iglesia son, según el principio católico, como más adelante veremos, regla de fe próxima y formal. Sin embargo, la Biblia, juntamente con la Tr:iclición, son las dos fuentes de la verdad religiosa ; por eso Cristo se encara con los fariseos y reconoce el valor supremo de los Libros Santos: «Escudriñad las Escrituras, ya que en ellas creeréis tener la vida eterna, pues ellas dan testimonio de mí, y no queréis venir a mí para tener la vida» (Jn. 5,39). «Con este libro entre la manos y en el corazón -dice un sabio alemán- el cristiano adquiere más sabiduría que si poseyese una biblioteca; sabe por qué está en la Tie • rra, sabe lo que Dios quiere de él, y lo que debe hacer para ser eternamente feliz.>>

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