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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 317 -Usted puede hacerme el más grande favor que un hom- bre pueda hacer a otro-contesta el visitante. -¿Qué desea, señor? -¿No es usted sacerdote católico? -Sí. -Entonces usted posee el depósito de la verdad divina. Deme a mí esta verdad, toda. En ese momento el padre O'Connor conoce que el que acu– de a su casa no es otro que el escritor aquel cuya fama es conocida en la sobrehaz de todo el mundo de habla inglesa. -¿No es usted míster G. K. Chesterton?-pregunta el pa– dre O'Connor. -Sí. -Entonces le recomiendo que vaya usted a ponerse al ha- bla con algunos de los catedráticos ilustres de la iglesia de Ox– ford, no muy lejos de aquí. Allí se hallan el padre Ronald Knox, hijo de un obispo anglicano... Y el padre Martin d'Ar– cy, profesor de Oxford. -Comprendo-replica Chesterton-. Iré a entablar diálo– go con algunos de ellos si usted insiste. Pero ¿no posee usted las mismas verdades? ¿No es eso? -Sí-replica despacio el sacerdote-. En la Iglesia católi– ca la doctrina es la misma en todas partes. -Entonces, ¿por qué no puede usted instruirme? Su timidez había desaparecido, y empieza a darse cuenta de la humildad magnánima del hombre que tiene delante. -Puedo-replica el padre-y quiero. ¿Cuándo quiere que empecemos? -Bien; recuerdo que Cristo dijo: "Si no os volviereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." ¿Por dónde se empieza como un niño? -Por el catecismo de diez céntimos.
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