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EL MENSAJE DE LA BIBLIA pero no he encontrado hogar en ninguna parte... ¿Dónde está mi hogar? Lo pregunto, lo busco y lo he buscado. Pero no lo he hallado. Oh eterno por doquiera! Oh eterno en ninguna par– te! ¡Oh eterno en vano!" He aquí la desesperación horrible de un hombre que puso su inteligencia al servicio de la destrucción, del sarcasmo y de la negación; su orgullo fué más grande que el superhombre por él ensalzado, y por eso las palabras de Cristo no hallaron eco en sus oídos: "Yo he venido como luz del mundo, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas" (lo., 8, 12). Para llegar a la fe, para poder aumentar la fe ya existente, es necesario poseer un espíritu de reverencia, de oración y de una infantil humildad. El orgullo es el obstáculo insuperable en el sublime camino que conduce al reino. Los ángeles cayeron por el orgullo; con él nadie llega a Dios. Son realmente disgnifica– tivas las palabras de Cristo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeños" (Mt., 11, 25). La duda debilita. ¡Cuántas almas jóvenes vemos envejeci– das prematuramente porque no viven la vida de la fe, y, sin fe, no queda más remedio que entregarse y asirse rabiosamente a lo que se mide y se pesa! La fe es principio de energía, de empresas heroicas y sublimes, porque da al alma seguridad pa– cífica y gozosa. "Las épocas de incredulidad, (aun cuando apa– recen osten¡osas, son estériles de todo bien positivo." El mundo -como el Papa ha repetido insistentemente-necesita hombres de fe viva, hombres de convicciones firmes, pues para poder vivir una existencia fructífera es necesario ver esclarecidos los caminos de nuestra marcha por este mundo. El mundo necesita hombres dotados de corazón e inteligencia que recen como el poeta: "Oh Dios, sé que estás lejos y, no obstante, muy cer– ca; sé que me ayudas a llegar a ti. Sé que los granos de arena
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