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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 3 1 3 tal, a la periferia del universo sensible; la fe nos introduce más allá. La fe ilumina nuestro camino a través de la oscuridad hacia Dios, echando el puente sobre el abismo de la muerte para trasladarnos con certeza a la otra orilla." La razón y la fe se dan la mano para conducirnos a Dios: la razón es la izquierda del alma; la fe, la derecha. Por ellas llegamos a Dios. John O'Brien, autor del libro El camino de Emaus, donde se recogen los relatos autobiográficos de vein– tiún conversos de nuestros días, la mayor parte de ellos perte– necientes al mundo intelectual del protestantismo, describe de este modo realista la excelencia y eficacia de la fe: "Al modo del alquimista, una fe inquebrantable transforma el plomo de las penas y adversidades en el oro brillante del gozo y del triun– fo. La fe mira plácidamente el fusil que apunta amenazador, mientras que el que no cree se estremece al temblor de una hoja; la duda mata el alma de hambre cuando la fe halla ali– mento en la carestía y pone la mesa en el desierto. La fe trans– forma las estridencias del presente en una sinfonía del futuro. Sólo ella nos hace capaces de adquirir el verdadero sentido de lo que vale, nos orienta a maravilla y resuelve el embrollo enig– mático de la vida, determinando las cosas en su lugar." No hay catástrofe más trágica que la pérdida de la fe en Dios, pues ello significa carencia de fe en la organización ra– cional del universo y, por tanto, en algún sentido de la vida humana, o implica ello la negación del destino trascendente del alma humana. Arranca el timón del bajel de la vida, movién– dose éste entonces a la deriva, mero juguete del viento y de las olas. Nietzsche, el filó-sofo nihilista, demoníaco y blasfemo, sintió aterradoramente al fin de su vida la melancolía desesperada de su árida existencia: "¡Ah! ¿A dónde ir aun con mis deseos? ... Desde la cima de todas las montañas busco la casa paterna;

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