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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA posibilidad de redención. La angustia radical del hombre es su conciencia de criatura, la indigencia de su caducidad, unida al anhelo de vida, a su ansia de eternidad y de supervivencia. CRISTO DA SENTIDO A LA ANGUSTIA HUMANA Antes de Cristo, el pensamiento de la fugacidad de la vida llenaba de tedio a los espíritus más cultos; así, Sófocles excla– ma desesperado: "¡Oh mísero mortal género humano! ¿Qué so– mos sino iguales a la sombra, vagando de la tierra inútil peso?" También los cristianos sienten lo terrible que es la concien– cia de una vida efímera y llena de dolores, pero, a diferencia de los paganos, de aquellos que carecen de fe, hallan una luz consoladora y salvadora en Cristo: "Yo soy la luz del mundo; quien viene en pos de mí no camina en tinieblas" (Io., 8, 12). "Yo soy la puerta; el que por mí entrare se salvará" (Io., 10, 9). Un sencillo labrador exclama en cierta ocasión: "El que no quiera creer en Cristo, allá se las haya; ya verá cómo se las arregla sin El. Yo necesito alguien que me levante y sostenga, mientras dure mi vida, alguien que me ponga su mano debajo de mi cabeza en el trance de la muerte." Por eso el Apóstol San Pablo recomienda a los fieles de Te– salónica que no se aflijan como los paganos que no tienen espe– ranza. ¡Qué comentario tan sencillo y profundo las palabras del campesino al consejo del Apóstol Pablo! Al aparecer Jesucristo en la historia del mundo, suprime la angustia del hombre, transformándola en angustia del cristiano. Cristo arrebata al hombre la angustia de soledad, de su cadu– cidad, de su desesperanza, dándole la seguridad jubilosa y tran– quila, fundada en la certeza de su destino eterno. Se ha dicho que la única manera adecuada de soportar un
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