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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA o dormidos, nos vamos debilitando o nos vamos fortaleciendo, y, por último, alguna crisis nos demuestra lo que hemos llegado a ser. La ansiedad, por lo tanto, patrimonio común de los hom– bres, es la luz y la fuerza que los hombres tienen en su mano para progresar hacia el bienestar individual y colectivo, y así, lejos de ser una desgracia, se convierte en don precioso del Se– ñor, en cuyas manos están los caminos de la humanidad. El escritor norteamericano Ardis Whitman escribe: "Una e;ncuesta de la opinión pública demostró que nueve de cada diez de las personas entrevistadas tenían problemas que no sa– bían cómo resolver, lo cual confirma una vez más que todo ser humano normal es presa de la ansiedad, el temor, la preocu– pación o el sentido de culpabilidad." HAY DOS CLASES DE ANGUSTIA Siguiendo siempre las enseñanzas precisas y claras de la Biblia, distingo dos clases de angustia, abismalmente dife– renciadas y opuestas entre sí: la angustia de los malvados, de los hombres que viven lejos de Dios, o porque no le han en– contrado o porque renegaron de El, y la angustia, la inquietud, de aquellos que descansan y confían en el Señor. Nadie ha descrito tan desgarradoramente, tan certeramente, como el autor del libro de la sabiduría la angustia de los per– versos. "La descripción de la angustia total, en el libro de la sabiduría aparece como suspendida entre dos extremos. Por una parte, es una imagen de las tinieblas que un día deberán tra– garse a los malos, o sea de esa vanidad definitiva de las tinie– blas después de la muerte. Y por otra parte, la angustia no es más que una imagen, porque Dios castiga a sus enemigos con
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