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P. CARLOS DE VJLLAPADIERc\"A 2 97 sino la mera coexistencia de pueblos diversos sostenida por el mutuo temor y el recíproco desengaño?... aumentan de año en año la ansiedad y, como si dijéramos, el espanto de los pueblos ante el temor de un tercer conflicto mundial y de un terrible futuro, puesto a merced de nuevas armas destructoras de inau– dita potencia." Al espanto y a la desesperanza, que por tan múltiples cau– sas afligen a la Humanidad, se añade en el campo de la fe una crisis de la esperanza sobrenatural de los cristianos. Esta desespe– ranza se alimenta con la contemplación de una decadencia del espíritu evangélico en el mundo moderno, realizando en el cam– po de las ideas, de las costumbres y de la justicia social. Todo este conglomerado de causas que se entrelazan e influyen mu– tuamente ha puesto al hombre y a la sociedad en un estado de angustia y desconsuelo inconmensurables. Es cierto que siempre el hombre se ha sentido proscrito y desterrado, angustiado y culpable, y esto siempre y por doquier; en los pueblecitos aislados o en las ciudades populosas y cosmo– politas; en la simplicidad de una vida sencilla y elemental o en el complejo engranaje de la civilización; pero también es cierto corno escribe el Obispo auxiliar de Nueva York, Fulton Sheen: "los complejos, temores y ansiedades del alma moderna no existían en tal grado en generaciones anteriores, porque eran desechados e incorporados al gran organismo social-espiritual de la Civilización Cristiana. Constituyen empero tan gran parte del hombre moderno, que se pensaría que le fueron tatuados cuan– do nació". Los consuelos que se presentan al hombre moderno para calmar su angustia y su vacío son burbujas de espuma, chispas de fuego artificial en un atardecer alegre e inconsciente. El arte y la ciencia. propuestas como supremos consoladores, desligadas

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