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262 EL MENSAJE DE LA BIBLIA do de todo árabe, que, como auténtico oriental, siente dentro la voz de la sangre de la tribu... No pueden perdonar el que se les haya expulsado de su tierra y de sus casas. Un millón de prófugos viven en Jordania, en el Líbano y Siria; Jordania está materialmente cubierta de tiendas donde pululan millares y mi– llares de exilados, sin otros medios de subsistencia que la ayuda de Norteamérica y de la Comisión Pontificia, Se les ha expulsado violentamente de sus casas, empleos y posesiones. En J affa, por ejemplo, situada en una llanura fér– til en productos agrícolas, con estupendas plantaciones de na– ranjos y plátanos, vivían 40.000 árabes; hoy es una ciudad completamente hebrea. Lo mismo se puede afirmar de Haifa y Jerusalén nueva, donde los mejores hoteles y palacios más lujosos estaban en manos árabes. Muchos de ellos ahora viven de limosna en tiendas de campaña o en edificios reservados a los peregrinos, que ellos han invadido, cuando no los mis– mos conventos de los franciscanos, como sucede en Jerusalén, donde los franciscanos comparten la misma casa con los refu– giados, separados únicamente por la clausura de un tabique provisional. Entre ambos Estados no existe relación diplomática ni co– mercial, y ningún judío puede atravesar la frontera, o vicever– sa, a no ser los árabes cristianos en alguna que otra solemni– dad religiosa. Entre ambas fronteras hay una zona neutra des– habitada. La única puerta de acceso de una parte a otra se encuentra en Jerusalén. Esta división crea a los cónsules un problema económico no despreciable. El español, por ejemplo, posee casa en ambas zonas, y en cada una secretario y otros empleados, viviendo días alternos en cada parte; y es ridícula– mente curioso ver cómo, al pasar de una zona a otra con su coche, se detiene en el punto neutral, desciende el conductor árabe y sube el hebreo, o al contrario, a los cuales les está ri-

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